miércoles, 31 de agosto de 2011

El paraíso tenía un precio




Oooooootro libro que quisiera conseguir... ¡¡Ay, si se publicase en España"!!
Todos y cada uno de los 'libros cubanos' que veo anunciados en Internet me los compraría... ¡¡si apareciesen en las librerías de España!! Qué quieren que le haga, yo, ya lo he dicho más de una vez, soy muy antiguo; cuando necesito un reloj voy a una relojería, cuando busco unos zapatos voy a una zapatería, y cuando quiero un libro... ¡¡voy a una librería!!


EL PARAÍSO TENÍA UN PRECIO
Andrés Hernández Allende


Desesperados por la angustiosa situación económica que sufren en La Habana, Leonardo y su esposa, Sonia, deciden irse de la isla en una precaria balsa, en compañía de varios amigos del barrio, durante el éxodo de balseros de 1994.
Los guardacostas norteamericanos los interceptan en alta mar y los llevan a la prisión de Guantánamo, donde los fugitivos encaran el maltrato de los guardias y los ataques de delincuentes retenidos en la base estadounidense. Al cabo de semanas de temor e incertidumbre, Leonardo y Sonia logran por fin su sueño de llegar a Miami.
Pero tras el deslumbramiento inicial, no tardan en descubrir que el paraíso tiene un precio. En su afán de sobrevivir en una ciudad que habían idealizado y cuyos misterios desconocían, Leonardo se verá envuelto en una red de corrupción, narcotráfico y violencia mientras Sonia, presa de una ambición descontrolada, lo empuja con sus exigencias cada vez mayores hacia un abismo.
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

- José Martí
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Crónicas de la impaciencia



Querid@s lectores/as: A la espera de que este libro aparezca en las librerías de mi ciudad (...supongo que ya después de estas vacaciones veraniegas), aquí les dejo est completísimo artículo -de otro buen escritor cibano, Luis Manuel García Méndez-, tomado de "CubaEncuentro".

¡¡Pasen y lean!!


UN LIBRO IMPRESCINDIBLE

Cancio rastrea desde sus orígenes y hasta su último artículo, la evolución del periodismo carpentieriano al compás de sus ideas sobre la historia y la cultura, su aprehensión de América y el entorno donde se produce

Luis Manuel García Méndez, Madrid | 31/08/2011


Alerto a los no pocos lectores de Carpentier: Crónicas de la impaciencia. El periodismo de Alejo Carpentier, de Wilfredo Cancio (Editorial Colibrí, Madrid, 2010, 382 pp.) es un libro imprescindible para la comprensión cabal, no solo de su periodismo, sino también de su literatura.

Cancio rastrea desde sus orígenes y hasta su último artículo, publicado en El País dos días después de su muerte, la evolución del periodismo carpentieriano al compás de sus ideas sobre la historia y la cultura, su aprehensión de América y el entorno donde se produce.

A pesar del popular criterio de Carpentier como un escritor europeizado, en especial durante su primera estancia parisina y su acercamiento a los surrealistas, su “Carta abierta sobre el meridiano intelectual de Nuestra América” anota que en América, por el contrario que en Europa, donde el intelectual “ha vencido una cantidad de prejuicios adversos; vive, si quiere, en medios desconectados de toda realidad étnica o histórica”, ningún artista piensa “seriamente en hacer arte puro o arte deshumanizado. El deseo de hacer un arte autóctono sojuzga todas las voluntades”. Y concluye que “América tiene, pues, que buscar meridianos en sí misma si es que quiere algún meridiano”. Ya tras su viaje a México en 1926 se había referido a la obra de Diego Rivera, el “hombre en quien palpita el alma de un continente”. Cabe señalar sus referencias a Villa-Lobos en el sentido de que lo americano “no era más que una cuestión de sensibilidad”. Preludio de su posterior alejamiento de los surrealistas.

Anota Cancio la adecuación del lenguaje del autor a lo narrado y la extracción de todas sus posibilidades, de modo que el lenguaje “se convierte en asunto de taumaturgia, de intuición, de vehemencia emocional”.

En una sociedad que aún subvaloraba lo negro como parte de la herencia cultural cubana, el periodismo de Carpentier es precursor en su apología del son y la posibilidad de que algún día sea “una fuerza moderna como lo es ahora el jazz”. Anota la conmoción que le causaron los Cuentos negros de Cuba, de Lydia Cabrera, lo que lo conduce a una reflexión crítica sobre Ecué Yamba-O: “todo lo hondo, lo verdadero, lo universal del mundo que había pretendido pintar en mi novela había permanecido fuera del alcance de mi observación”.

La vocación viajera del autor tiene su mejor registro en los artículos de viajes publicados en Carteles y Social, así como su admiración por el “cosmopolitismo” de Paul Morand, autor viajero que asistió a un almuerzo con el Grupo Minorista, y quien, junto a Cendars, serían influencias claves en la obra de Carpentier, o mejor, en su actitud periodística: la relación entre hombre y paisaje, primero en España, y luego en América. Llega a escribir que “La sola presencia de la llanura castellana explica mejor el misticismo ardiente de una santa Teresa, que veinte volúmenes de comentarios eruditos o apasionados”.

Como bien observa Cancio, en la primera producción periodística del autor, “la política entra apenas oblicuamente a la reflexión estética y culturológica”, hasta que en los años 30 gira hacia temas políticos, directamente alineado con el antifascismo y en la sensibilidad de la izquierda y las causas obreras. Se posiciona en defensa de Ilia Ehrenburg, sometido a pleito por el empresario zapatero Thomas Bata, y en ello hace referencia a las fábricas-cárcel y alaba el Plan Quinquenal ruso. Es entonces cuando se refiere al malestar de Europa, el “estado de angustia ideológico”, vaticinando “convulsiones definitivas”, lo que ha sido leído como una referencia tangencial a la dictadura machadista. Tras la caída de Machado, revelará su militancia en una célula de ABC en París, y es entonces cuando se refiere al antimachadismo como una cuestión de higiene moral, que no admite actitud apolítica o neutral.

A pesar de su siempre cuidado uso del lenguaje y su afilado uso al servicio del tema, en su ocasional politización de 1932 en apoyo a Ilia Ehremburg, los términos y la estructura de su discurso recuerdan, como nunca antes, el inflamado vocabulario leninista. Ni siquiera en su profuso periodismo sobre la Guerra Civil Española, publicado en varias revistas de España y Costa Rica, y que se adensa en su serie “España bajo las bombas”, que pretende revelar “hombres” más que hechos, en una peculiar épica literario-periodística alejada del lenguaje de pancartas tan frecuente en la prensa cubana partidaria de la causa republicana. Aquí, su periodismo adquiere un dramatismo, una intensidad nuevos. Como en toda su obra periodística, esta fase tendrá también una resonancia en su literatura, en este caso, tardía, en la novela La consagración de la primavera.

El 19 de mayo del 39, Carpentier abandona Europa. En 1945 se referirá a ese regreso no por la guerra inminente, sino porque le espantaba parecerse “a uno de esos intelectuales americanos que se destierran y sin lograr ser nunca europeos, dejan también de ser americanos”.

Reinicia en Cuba su labor periodística ese mismo año y de esa época son sus cinco crónicas “La Habana vista por un turista cubano” en Carteles, que aplica tas técnicas de “España bajo las bombas” en el “reordenamiento de la memoria” como apunta Cancio. En ellas consigue ver lo que antes no había visto “o no había sabido ver”. Volverá sobre ellas en La consagración de la primavera, cuando narra el regreso de Enrique.

Las crónicas de “El ocaso de Europa”, publicadas en 1941, con su visión spengleriana de la historia, serán olvidadas años más tarde por Carpentier, en una reescritura continua de su biografía que va desde su nacimiento, su fervor y posterior censura a Paul Morand o el surrealismo.

La explosión de creatividad de los 40, a pesar del nefasto panorama político, no pasa inadvertida al periodismo carpentieriano. Es la época en que publican buena parte de sus obras Lino Novás Calvo, Enrique Labrador Ruiz, Virgilio Piñera, Lydia Cabrera, Onelio Jorge Cardoso, Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Ramiro Guerra, Eliseo Diego, Lezama Lima y el propio Carpentier —con “Viaje a la semilla” y “Oficio de Tinieblas”, de 1944, y El Reino de este mundo, de 1949, tras su viaje a Haití en 1943—, por no hablar de la explosión musical de esos años. De modo que en 1944, Carpentier habla con entusiasmo del avance cubano “en lo intelectual, en lo artístico, en lo civil, en menos de veinte años”.

En ese contexto, se afina la literatura de Carpentier, como lo demuestra su obra publicada y aquella que se gestará en estos años gracias al asiduo trasvase entre periodismo y literatura. A ello contribuye su paso por el diario Tiempo y, posteriormente, por Información, donde se hace el mejor periodismo de la época. Su periodismo no cesa de innovar, como en su reseña del filme El ciudadano Kane, con el “empleo de técnicas multidisciplinarias”, como anota con acierto el autor de este libro. Al mismo tiempo, trabaja en la estación de radio CMZ como codirector y director de teatro radiofónico, y más tarde en CMQ, retomando sus experiencias radiales europeas, cuyos ecos encontraremos en su literatura en términos de dramaturgia y montaje.

Una vez radicado en Venezuela (1945-1959), publica su serie “Visión de América” en El Nacional de Caracas, y su conocida serie “Letra y Solfa” (1951-1959) donde, lejos del tono de magister concluyente e inapelable, comparte convicciones e hipótesis, apunta impresiones y ventila dudas sobre multitud de temas. El periodismo se carga hasta convertirse en literatura. En textos de esta sección anota el valor de Orígenes, revista en la que escribe ocasionalmente y para la que gestiona algunas colaboraciones. Cuando Rodríguez Feo le proponga, tras el cisma, integrar el consejo de redacción de la nueva Orígenes se escabullirá, como siempre que sea imprescindible tomar una decisión comprometida.

De su período venezolano, posiblemente el mayor efecto sobre su literatura será su viaje a la selva y El libro de la Gran Sabana, que terminará convirtiéndose en Los pasos perdidos para “plasmar todo lo virgen y lo inexpresado dentro de una cultura en vías de fijación”.

Su regreso a Cuba en 1959, además de la adhesión a la euforia del momento, tiene también un componente comercial: instalar en Cuba la Organización Continental de los Festivales del Libro, para producir ediciones masivas y baratas. Llegaba Carpentier a La Habana precedido por una reputación de indiferencia por la causa cubana y, en particular, por el fuerte Movimiento 26 de Julio en Caracas. Durante casi quince años se había mantenido alejado de la circunstancia política venezolana, y no dudó en colaborar profesionalmente con el dictador Pérez Jiménez.

Atacado, como todos los intelectuales precedentes, por Lunes de Revolución, la gran publicación cultural en los albores revolucionarios, allí solo aparecieron dos colaboraciones suyas. De modo que su actividad periodística se concentra en el artículo y el ensayo, en particular en el diario El Mundo, entre 1960 y 1966. El Carpentier funcionario abandonaba temporalmente la literatura. Sus crónicas al regreso de una tourné por los países socialistas, la URSS, India y China, recuerdan extrañamente las de inicios de los años 30: están contaminadas por el lenguaje periodístico militante en boga, de modo que el estilo de Carpentier no solo se ajusta al tema y al medio, sino también al ecosistema.

A su regreso de Vietnam en 1966, dos años antes de que se acabe El Mundo, es nombrado ministro consejero en la embajada de París, ciudad donde vivirá casi permanentemente hasta su muerte en 1980. Nunca más articularía Carpentier una colaboración periódica y sistemática con otro medio, aunque continuó publicando en diarios y revistas de todo el mundo. Su última colaboración, que aparecerá en El País dos días después de su muerte, versará sobre Flaubert, a quien dedicó uno de sus primeros textos en 1922.

Wilfredo Cancio nos entrega en este libro un muy completo análisis del periodismo carpentieriano, sus etapas y los trasvases entre periodismo, vida y literatura, que permitirá comprender más cabalmente la trayectoria del autor, y un no menos útil aparato crítico, índice de publicaciones, cronología, correspondencia y testimonios que redondean el libro. Revela textos hasta ahora desconocidos y compone, en suma, la mejor síntesis de estas Crónicas de la impaciencia.
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

- José Martí
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martes, 30 de agosto de 2011

RECORDANDO...




Recordando...

JOSEFINA DE DIEGO: EL REINO DEL ABUELO
(FRAGMENT0)

¿Te acuerdas, mi hermano, del bosquecito de caña brava frente a casa? ¿Y del misterioso camino que atravesaba todo ese oscuro jardín y que se iluminaba, justo en su final, cuando, al apartar las hojas, nos tropezábamos con la casa de María?
¿Te acuerdas de las hamacas en casa de Palenque y del elegante caballo de Capote, cómo lo paseaban, tan suave?
¿Y de la gasolinera de Colado? ¿De la bodega de Marcelino, del kioskito de Yoyo? También estaba la ferretería. Ahí se vendieron juguetes, en los primeros años de la década del sesenta, y yo quería, cada Navidad, lo mismo: la muñequita china. Quizás porque me trasmitía una seguridad que nunca he tenido y quería apresarla, un poco, en ella. O quizás, simplemente, porque tenía una sonrisa muy dulce. No sé.
Pero todo eso existía fuera de la casa.
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La Quinta ―construida en las afueras de Arroyo Naranjo, a unos treinta kilómetros de La Habana― se llamaba Villa Berta, por la abuela paterna, la esposa del abuelo Constante, el asturiano. El nombre estaba puesto en las dos puertas de rejas de hierro que se abrían, acogedoras, para dar paso a los autos y, también, a los vendedores de viandas, vegetales y periódicos que entraban en carretones con caballos. Había, a la derecha, una puerta para las personas, pero nadie la usaba. Quizás, pensaba yo, porque las puertas de rejas de hierro eran como los brazos de la casa, el primer encuentro con los múltiples visitantes y, si uno entraba por la puerta pequeñita, el abrazo, también, tendría que ser pequeñito. A la izquierda había un banco de cemento donde nos sentábamos a esperar el ómnibus para ir al colegio, amparados por la sombra entrecortada de una buganvilia morada.
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En 1968, y por muchas y muy diversas razones ―difíciles de resumir y de asumir― tuvimos que abandonar la finca. No recuerdo nada de ese día, ni de los preparativos previos a la mudada. Sólo años después supe que todos, de alguna forma, habíamos tratado de preservar la casa en nuestra memoria. Tío Cintio la nombró, con especial ternura, en su novela De peña pobre; Cleva, poeta y pintora, amiga entrañable, se escapaba al estudio de papá y hacía bocetos del jardín; mi hermano Lichi escribió, ese mismo año, un libro precioso, La Quinta de los comienzos; yo retrataba los rincones que no aparecían en las fotos de mamá; tía Fina escribió poemas desgarradores: “Desmantelan la casa, nos desmantelan a todos el alma”.
Manos extrañas transformaron la finca, construyeron edificios completos, enderezaron los senderitos, eliminaron fuentes, arecas, buganvillas, cambiaron puertas y ventanas, quebraron el equilibrio perfecto de los recintos, ordenaron el jardín.
Durante muchos años no quise regresar. Temía que mis recuerdos se alteraran, se confundieran, se extraviaran y que ya, nunca más, podría recuperarlos porque se interpondría la imagen de la casa que no era. Pero no ha sido así. La casa y sus recintos se mantienen intactos, nítidos. Puedo reconstruirlos centímetro a centímetro y minuto a minuto. Me acompañan el aroma del jardín, el rumor de los pinos, el arrullo de las palomas. Nunca los perdí, y seguirán existiendo y me seguirán acompañando, mientras “pueda llamarlos de pronto con el alba”.

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JOSEFINA DE DIEGO. (La Habana, 1951). Narradora. Econmista de profesión, Josefina de Diego nació dentro de una familia literaria; su padre fue el conocido escritor Eliseo Diego. Su primer libro de narraciones, El reino del abuelo, fue publicado en México en 1993.
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[Tomado de "Grafoscopio", bitácora de Rita Martín.
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-Framento de la presentación-

(...) "En este libro estoy a salvo; en el pueblo, perdido. Nadie me reconoce. La iglesia, hoy, está en ruinas. Sin embargo, doblan y doblan las campanas, gracias a Fefé. La escuela también está en ruinas. Pero, gracias a mi hermana, escucho a nuestros amigos jugando en el recreo. La estación de trenes está en ruinas. Aunque sobre los moños de los árboles se elevan los humos de una locomotora imposible. Por fin llego a Villa Berta. En este libro, todo está como hace años. Dos niños me esperan. Son Rapi y Fefé. Se alegran al verme. Tienen las caritas trabadas entre las rejas. Sólo falto yo".

(Eliseo Alberto en la 'presentación' del libro "El reino del abuelo" de Josefina de Diego)
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

. José Martí
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ESTAMPAS... de Eladio Secades.





Un libro que espero conseguir en mi próximo viaje...
Todavía no se en que edición.
...tendremos que esperar a que esté bien entrado septiembre.
Luego vuelvo y les cuento...
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

. José Martí.
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lunes, 29 de agosto de 2011

Comer con Lezama



Querid@s lectores/as:

A un par de semanas de "salir a comprar libros", aquí les dejo la referencia de este que espero encontrar en La Habana.
Supongo que estará apetitoso... pero dado el tema de "recetas lezamianas" me temo que la mayoría de ellas, tristemente, podrán considerarse "cocina-ficción" en la Cuba de hoy. Ya veremos si mañana...
Por el momento ¡¡pasen y saboreen!!


COMER CON LEZAMA
Alejandro Montesinos
Madelaine Gálvez

Este libro, primero de una serie, es la invitación a un banquete doble: el del cuerpo, a través de las deliciosas preparaciones explicadas en sus páginas, y el del espíritu, cuya incitación llega con los extensos fragmentos de la obra lezamiana citados por los autores. Es quizás la forma más íntima de iniciarse en ese vasto universo de humanidad y cubanía que encierra la figura de José Lezama Lima, cuyo centenario estamos conmemorando.

Alejandro Montesinos Larrosa (La Habana, 1964), es escritor y editor, ingeniero mecánico y máster en Periodismo, autor de los libros Matrimonio solar, El convite de los sentidos y Hacia la cultura solar.

Madelaine Vázquez Gálvez (La Habana, 1959), es ingeniera tecnóloga en Alimentación Social y máster en ciencias de la Educación Superior.
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[Tomado de "Cuba Literaria"
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí
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viernes, 26 de agosto de 2011

SIN NOVEDAD...




Querid@s lectores/as:

Sigue la "tregua librera veraniega". En las librerías de mi ciudad hace un par de meses que no aparece ninguna novedad.
Tendré que esperar a mi vuelta de vacaciones...
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miércoles, 24 de agosto de 2011

RECORDANDO AL BARBARO...






24 de agosto de 2011

Homenaje al "Barbaro del ritmo"... que hoy cumpliría 92 años.

BENNY MORÉ

[de Wikipedia]

Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez (Santa Isabel de las Lajas, 24 de agosto de 1919 - La Habana, 19 de febrero de 1963), conocido como Benny Moré o Beny Moré o el Bárbaro del Ritmo, fue un cantante y compositor cubano. Además de un innato sentido musical, estaba dotado con una fluida voz de tenor que coloreaba y fraseaba con gran expresividad. Moré fue un maestro en todos los géneros de la música cubana, pero destacó particularmente en el son montuno, el mambo, y el bolero.


Primeros años

Nació en el barrio de Pueblo Nuevo de la ciudad de Santa Isabel de las Lajas, en la entonces provincia de Las Villas, hoy en la Provincia de Cienfuegos, en el centro de Cuba. Era el mayor de 18 hermanos de una familia afrocubana humilde y campesina. Se dice que su tatarabuelo materno, Gundo, era descendiente del rey de una tribu del Congo que fue capturado a los nueve años por traficantes de esclavos y vendido al propietario de una plantación cubana, llamado Ramón Paredes. Gundo pasó a llamarse entonces Ta Ramón Gundo Paredes. Al pasar a ser propiedad del conde Moré, dueño del central La Santísima Trinidad, se le cambió el nombre a Ta Ramón Gundo Moré. Posteriormente fue emancipado y murió como liberto a la edad de 94 años. El apellido del tatarabuelo materno se conservó por ser todos las ascendientes maternas de Moré —su bisabuela, Julia; su abuela, Patricia, y su madre, Virginia—, así como el propio músico, fruto de uniones ilegítimas, la mayoría de ellas con blancos, que no reconocieron a sus hijos. El padre de Benny Moré fue un tal Silvestre Gutiérrez.

Bartolomé aprendió a tocar la guitarra en su infancia. Según el testimonio de su madre, Virginia Moré, se fabricó su primer instrumento, a la edad de seis años, con una tabla y un carrete de hilo. Abandonó la escuela a edad muy temprana para dedicarse a las labores del campo. A los 16 años, en 1935, formó parte de su primer conjunto musical. En 1936, cuando contaba con 17 años, dejó su ciudad natal y se trasladó a La Habana, donde se ganaba la vida vendiendo "averías", es decir, frutas y verduras estropeadas, así como hierbas medicinales. Seis meses más tarde regresó a Las Lajas, donde trabajó cortando caña con su hermano Teodoro. Con el dinero obtenido y los ahorros de su hermano, compró su primera guitarra decente.

En 1940 regresó a La Habana. Vivía precariamente, tocando en bares y cafés y pasando después el sombrero. Su primer éxito fue ganar un concurso en la radio. En los primeros 40, la emisora de radio CMQ tenía un programa llamado Corte Suprema del Arte, cuyos ganadores eran contratados y se les daba la posibilidad de grabar y cantar sus canciones. Los perdedores eran interrumpidos, con el sonido de una campana, sin dejarles terminar su actuación. En su primera aparición, la campana sonó apenas Benny había empezado a cantar. Sin embargo, volvió a competir más tarde y obtuvo el primer premio. Entonces consiguió su primer trabajo estable con el conjunto Cauto, liderado por Mozo Borgellá. Cantó también con éxito en la emisora CMZ con el sexteto Fígaro de Lázaro Cordero. En 1944 debutó en la emisora 1010 con el cuarteto Cuato.

Con el conjunto MatamorosSiro Rodríguez, del famoso Trío Matamoros, oyó cantar a Benny Moré en el bar El Templete y quedó gratamente impresionado. Poco después, a causa de una indisposición de Miguel Matamoros poco antes de una actuación, Borgellá envió a Benny para sustituirlo. Tras esta incorporación poco menos que casual, Benny permanecería ligado durante años a los Matamoros, con los que realizó numerosas grabaciones. Reemplazó como cantante principal a Miguel Matamoros, quien se dedicó en exclusiva a dirigir el conjunto.

En junio de 1945 viajó con el Conjunto Matamoros a México, donde actuó en dos de los más famosos cabarets de la época, el Montparnasse y el Río Rosa. Realizó varias grabaciones. Aunque el Conjunto Matamoros regresó a La Habana, Moré permaneció en México. Según parece, allí adquirió su nombre artístico, a sugerencia de Rafael Cueto.

En 1946 Benny Moré se casó con la enfermera mexicana Juana Bocanegra Durán y su padrino de boda fue el afamado cantante mexicano Miguel Aceves Mejía. Durante un tiempo actuó en el Río Rosa formando parte del Dueto Fantasma, con Lalo Montané. También en esta época grabó para la compañía discográfica RCA Victor los temas "Me voy pal pueblo" y Desdichado, junto a la orquesta de Mariano Mercerón. Con Dámaso Pérez Prado grabó "babarabatiri, anabacoa, locas por el mambo ,viejo cañengo ,el suave,maria cristina,pachito eche entre otros temas. Empezó a conocérsele como El Príncipe del Mambo. Con Pérez Prado grabó también "Dolor carabalí", que el propio Benny Moré consideraba su mejor grabación con el rey del mambo, y no quiso nunca volver a grabar.

A finales de 1950 regresó a Cuba. Aunque era una estrella en varios países latinoamericanos, como México, Panamá, Colombia, Brasil y Puerto Rico, apenas era conocido en su patria. La canción Bonito y sabroso fue su primera grabación en Cuba y su primer éxito. Alternó actuaciones en vivo para la emisora Cadena Oriental con viajes a La Habana para grabar en los estudios de la RCA. Entre 1950 y 1951 grabó muchas otras canciones, como La cholanguengue, Candelina Alé, Rabo y oreja, entre otras.

En La Habana trabajó también para la emisora RHC Cadena Azul, con la orquesta de Bebo Valdés, quien le inició en un nuevo estilo llamado batanga. El presentador del programa, Ibrahim Urbino, le dio el sobrenombre de El Bárbaro del Ritmo (la razón parece ser que Benny interpretaba para esta emisora un número titulado "¡Oh, Bárbara!"). Tuvo la oportunidad de grabar con Sonora Matancera, pero declinó la oferta por no estar especialmente interesado en su estilo musical ("porque a él esa Sonora, nunca le había sonado", según Leonardo Acosta).

Cuando pasó la moda del batanga, Moré fue contratado por Radio Progreso para actuar con la orquesta de Ernesto Duarte. Además de en la radio, actuó en salas de baile, cabarets y fiestas. En 1952 grabó con la Orquesta Aragón, de Cienfuegos, a la que ayudó a introducirse en el mundo musical habanero. Rompió con Ernesto Duarte cuando descubrió que éste evitaba llevarle en sus actuaciones los sábados y domingos por ser negro, y decidió fundar su propia orquesta.

La Banda Gigante

La primera actuación de la Banda Gigante de Benny Moré tuvo lugar en el programa Cascabeles Candado de la emisora CMQ. La banda estaba compuesta por más de 40 músicos y sólo era comparable en tamaño con la big band de Xavier Cugat.

Cabe destacar, que la Banda Gigante, aunque grande, contaba con una organización melódica única en su tipo, además de que contaban con el talento de saber improvisar al momento que su director Benny Moré lo decidía.

Entre 1954 y 1955 la Banda Gigante se hizo inmensamente popular. Entre 1956 y 1957 hizo una gira por Venezuela, Jamaica, Haití, Colombia, Panamá, México y Estados Unidos, donde actuó en la ceremonia de entrega de los Oscar. En La Habana actuaron en las más célebres salas de baile, como La Tropical y La Sierra. Al triunfar la Revolución Cubana, Benny Moré, a diferencia de otros músicos e intelectuales cubanos, optó por permanecer en la isla. En 1960 empezó a actuar también en el cabaret Night and Day. Se le ofreció una gira por Europa, que Moré rechazó por miedo a volar (nada extraño si se tiene en cuenta que anteriormente se había visto envuelto en tres accidentes aéreos).

Murió en Cuba un 19 de febrero de 1963 de cirrosis hepática.
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí
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martes, 23 de agosto de 2011

Perdido en Buenos Aires






Aprovecho la ocasión, a través de un contacto con Facebook, para volver a reproducir esta entrevista que en su día -10·12·2009- fue publicada por Club de Ajedrez Lin Ex, de Extremadura. La cuidadosa elaboración de la entrevista y la calidad del libro en cuestión lo merecen.

Ya sería hora de que la obra de Antonio Álvarez Gil tuviese en España la difusión adecuada.
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PERDIDO EN BUENOS AIRES

El escritor cubano Antonio Alvarez Gil ha ganado el Premio Vargas Llosa de novela 2009, concedido por la Universidad de Murcia y Caja Mediterráneo, con la obra "Perdido en Buenos Aires", que trata sobre el duelo legendario en el año 1927 con el título mundial en juego entre José Raúl Capablanca y Alexander Alekhine.

A decir del jurado, esta novela es “excelente” y además “es también una novela de intriga”. Alvarez Gil recrea con rigor y con un depurado lenguaje la caída de Capablanca, pero también el fascinante ambiente del Buenos Aires de los años veinte. Este escritor reside actualmente en Suecia y ha publicado cuentos y novelas en España, Italia, Suecia, Estados Unidos y diversos países latinoamericanos, en los que ha obtenido numerosos galardones literarios.

A continuación la entrevista:



La obra “Perdido en Buenos Aires” le ha supuesto una considerable labor de investigación sobre Capablanca y Alekhine, sobre el Buenos Aires de los años veinte, sobre el ajedrez en sí… ¿Por qué se embarcó en la difícil empresa de escribir esta novela?

La idea de esta novela me llegó de un amigo cubano que es un experto jugador de ajedrez. De sobra es sabido que el nombre de José Raúl Capablanca suscita un gran interés en mucha gente a lo largo y ancho del mundo. Y los cubanos –pienso que todos los cubanos- sentimos por él un orgullo casi innato. Este amigo, que vive en Miami y se llama Iván Pérez, es un gran admirador de nuestro insigne compatriota y estaba obsesionado con verlo cobrar vida en una novela. Yo, sin embargo, no me sentía en condiciones de enfrentarme al reto.

Me parecía que Capablanca era demasiado grande y conocido, y que el hecho de presentarlo como un personaje de ficción estaba por encima de mis posibilidades como creador de figuras y caracteres humanos. Así las cosas, durante varios años estuve dándole de lado a la idea de Iván. Sin embargo, cuando hube terminado la novela anterior a Perdido en Buenos Aires, mi amigo volvió a la carga con su propuesta. Esta vez acepté, en parte porque no tenía ideas para el tema de mi próxima obra. Entonces hice una investigación previa sobre la vida de Capablanca y decidí profundizar en su derrota en Buenos Aires. Me pareció que era la parte más dramática de su vida, y que la novela, si lograba escribirla, podía resultar interesante y enjundiosa. Había llegado la hora de hacer un viaje a Miami y recibir asesoramiento ajedrecístico de Iván. Cuando me reuní con él, insistí en mi idea de centrarme en la disputa del título en 1927 y la derrota de nuestro compatriota ante Alekhine.

Por otra parte, el Buenos Aires de los años veinte, con sus revistas musicales, sus cafés de tango y con su riquísima vida nocturna y su bohemia, me brindaba la posibilidad de recrear un mundo deslumbrante, un mundo al que –lo comprendí enseguida- Capablanca no pudo resistirse. Si a mí en Estocolmo y tantos años después me había encantado de esa forma, cómo habría podido un hombre como José Raúl Capablanca sustraerse al influjo de aquel escenario. En fin, a mi regreso a Suecia me puse a trabajar en serio. Primero, desde luego, en una intensa y profunda investigación; luego esbocé un plan de la trama, me metí en la piel de Capablanca y me senté a escribir. Entonces el proceso marchó de un modo rápido y fluido.

Tradicionalmente se ha pensado que Capablanca afrontó la defensa de su título con excesiva despreocupación. Usted ha estudiado a fondo a los personajes para escribir su libro, ¿coincide con esta opinión?

Sí, desgraciadamente, eso se ajusta bastante a la realidad. Al menos a la realidad que yo pude establecer según las investigaciones que realicé. A mi modo de ver, esta despreocupación tenía su origen en varios hechos, unos de carácter profesional y otros no tanto. Como es sabido, antes de la disputa de la corona mundial en Buenos Aires, se celebró en Nueva York un torneo entre los posibles candidatos para jugar el match con Capablanca. De ese certamen saldría el retador. Capablanca resultó invicto, con unos resultados inmejorables. Alekhine quedó en segundo lugar, con varios puntos por debajo del cubano. En general, Alekhine no había podido ganarle nunca una partida a Capablanca, hasta que lo hizo el día del debut en Buenos Aires.

El campeón estaba tan confiado en su superioridad ante el jugador ruso-francés, que mientras este último llegaba a la capital argentina en compañía de su esposa y con una semana de antelación, Capablanca tomó un vapor que lo llevó a una extravagante gira de exhibición por algunas ciudades de la costa brasileña. Luego arribó a Buenos Aires, envuelto en un aura de triunfador eterno que habría de conservar incluso ante las decenas de periodistas con los que compartió una rueda de prensa la víspera de la inauguración del campeonato. Allí, respondiendo a una pregunta de un periodista, llegó a decir incluso que trataría de que el encuentro resultara abundante en tablas, de modo que su estancia en Buenos Aires no fuera demasiado corta. Así podría disfrutar un poco más del encanto de la ciudad porteña. Como es conocido, su deseo se cumplió con creces, sólo que en su perjuicio.

¿Qué retrato personal hace de Capablanca, especialmente en el momento de encajar su derrota?

Capablanca, como se sabe, era un hombre de una gran simpatía personal. Era amable con todo el mundo y tenía un trato muy cordial, lo que le abría las puertas de las principales casas o entidades en los lugares que visitaba. Por otra parte, aunque estaba acostumbrado a triunfar, se dice que sabía encajar las derrotas, como las seis que sufrió en Buenos Aires. Según lo que yo he podido establecer por lo que he leído sobre él, hubo un momento, hacia las partidas finales del match, en que estaba totalmente destrozado. Aun así, logra levantarse y presentar batalla hasta el final. Esto habla de su carácter de triunfador nato. Desgraciadamente para el cubano, Alekhine no pensaba soltar la presa que había logrado afianzar antes.

Además, Capablanca jugó casi todo el match sin estar en su mejor forma física o mental. Se sentía cansado, y se sentía menos hábil y fuerte que antes. En general, según sus propias reflexiones de entonces, desde hacía unos años experimentaba un bajón en sus capacidades intuitivas, que fueron siempre su arma más potente. Por último, Capablanca reconoce en algunos de sus comentarios posteriores a la resolución del encuentro, que lo había perdido más bien a causa de sus propios errores antes que por los méritos netos del contrario.

Con respecto a cómo encajó la derrota final, pues con cierta resignación, pero también con ecuanimidad. Entre otras cosas, reconoce que Alekhine había ganado en buena lid y que el maestro ruso sería un digno campeón. En mi novela, él realiza un análisis más detenido de las circunstancias y, entre otras, cosas acude a uno de sus principios existenciales: era preferible disfrutar de la vida en sus múltiples facetas, que concentrarse sólo en una única actividad, incluso aun cuando ésta fuera el ajedrez. Para Capablanca el ajedrez era el trabajo, y además de trabajar, él quería también vivir.

Guillermo Cabrera Infante, que comparó a Capablanca con Mozart, afirmó que Alekhine fue “el Salieri de Capablanca”. ¿Qué opina usted del Gran Maestro ruso y de su actitud hacia Capablanca en aquel momento y hasta su muerte?

La relación de Alekhine y Capablanca pasó por diferentes etapas. Se conocieron en San Petersburgo en 1913 y se hicieron amigos. El ruso admiró abiertamente al cubano durante buena parte de su vida profesional. Luego se lanzó a por él. Se propuso destronarlo y, cuando lo logró, no osó nunca darle la revancha. La antigua amistad quedó rota para siempre en la ciudad porteña. Yo también creo que Capablanca era un jugador superior a Alekhine. Pese a ser un ajedrecista excepcional, el ruso nunca alcanzó las cimas de gloria del cubano. Nunca permaneció imbatible durante tantos años como Capablanca. Además, la relación de partidas ganadas o perdidas entre ellos es muy favorable a mi compatriota.

Cuando llegó a Buenos Aires para enfrentarse a Capablanca, sobre Alekhine pesaba el cartel de segundón. El mundo entero daba por descontada la victoria del cubano. En las quinielas de la época se conjeturaba sólo sobre la diferencia de puntos que marcaría el triunfo final de Capablanca. Hay un momento en la novela (creo recordar que fue tras la partida veinte) en que el campeón del mundo pide al retador suspender el encuentro y reanudarlo en fecha posterior. Hay que decir aquí que Capablanca había comenzado a sentir molestias con la tensión arterial, y que el régimen de vida que llevaba por entonces tampoco ayudaba a su salud.

Este momento representa una de las escenas de mayor tensión dramática de la novela (y de la historia, en la vida real). Como respuesta a la petición de Capablanca, Alekhine le confiesa que, desde que lo vio jugar por primera vez en San Petersburgo supo que el cubano sería algún día campeón del mundo. Pero añade que también entonces supo que él sería el retador. En esa conversación, el ruso reconoce que estuvo siempre a la zaga de Capablanca. Durante años, hasta aquel enfrentamiento en Buenos Aires. A la zaga, pero pendiente. No había dejado nunca de estudiar su juego y elaborar la estrategia con la que podría ganarle una partida. Hasta que por fin pudo lograrlo en el primer juego del match de Buenos Aires.

En resumen, a la petición del cubano Alekhine responde que, mientras el campeón ejercía de tal ante los admiradores que lo idolatraban por todo el mundo, él pasaba las noches preparándose. Le dice además que siempre lo había visto como a un superdotado del ajedrez; y que lo había estudiado a conciencia. Sabía que ahora tenía muy cerca la oportunidad de cambiar la relación entre ellos, de ser el primero en el mundo. La tenía al alcance de la mano y no la dejaría escapar. De manera que había que jugar, termina diciendo Alekhine en la escena de la que hablo.

Para ilustrar mejor la relación entre estos dos grandes del ajedrez, yo introduzco en la trama una serie de retrospectivas de los momentos más importantes en la vida de Capablanca (contados siempre desde la óptica del cubano). Una de esas retrospectivas alude a los tiempos en que Alekhine, su hermano Alexei y Capablanca, siendo aún muy jóvenes, salían a disfrutar de las noches de San Petersburgo, durante el primer viaje de éste último a las tierras rusas. Como he dicho antes, esa relación se vio rota a partir de Buenos Aires, entre otras cosas, por la negativa del ruso a concederle la revancha al cubano. En la novela aparecen otros detalles de la relación entre estos dos gigantes del ajedrez mundial, pero creo que ya he avanzado demasiados.

Por lo demás, ¿qué más puedo decir de Alekhine? Que era un coloso, quizás el único jugador de aquellos tiempos capaz de enfrentarse de tú a tú con Capablanca. Y de arrebatarle el título del ajedrez mundial. El gran maestro ruso tuvo una vida muy rica en sucesos, tanto felices como desgraciados. Entre estos últimos podrían destacarse sus bajones de forma física a causa de su adicción al alcohol. Su muerte en Estoril, tras recluirse en esa ciudad portuguesa, señalado por su colaboración con el fascismo alemán, es un hecho muy triste. Alekhine terminó sus días sólo, abandonado en un cuarto de hotel. Fue encontrado sin vida en su habitación, con un tablero de ajedrez sobre una mesilla y varios platos de comida a medio consumir muy cerca de su cuerpo inerte.

Buenos Aires es un motivo central de su novela. ¿Cree que si el duelo de 1927 se hubiese celebrado en otra ciudad, Capablanca hubiera perdido igualmente el título?

En efecto, la ciudad de Buenos Aires es la apuesta central de mi novela. En mi opinión, el ambiente porteño contribuyó en parte a que Capablanca perdiera definitivamente el rumbo y viera embotarse parte de su intuición, que era –lo he dicho antes- el arma más fuerte entre sus recursos como jugador de ajedrez.

Alekhine se había preparado a conciencia, había estudiado todas las partidas del cubano con el tablero delante de sí. Capablanca, en cambio, no tenía siquiera un tablero en su poder. Lo confiaba todo a ese instante de revelación que solía acudir a su mente en el momento preciso de la partida. Por eso reconoce, en sus razonamientos posteriores, que el filo de su arma principal se le había vuelto un tanto romo, que su mente no estaba trabajando como antes. Y el hecho de encontrarse en un lugar como aquel Buenos Aires de las revistas musicales, del tango y de las carreras de caballo, hizo el resto.

Tampoco hay que olvidar que Capablanca vivió la casi totalidad de sus noches de manera muy intensa. Y aunque yo no reproduzco sus aventuras de la vida real, en mi novela también existen mujeres, cafés, juegos de cartas, dominó, carreras de caballo, canchas de tenis y toda una serie de actividades extra-ajedrecísticas que sacaban al genio cubano de la concentración que habría necesitado para vencer a un Alekhine en plena forma. Ya he dicho que escribí la novela desde la óptica de Capablanca. Reconozco que el escenario porteño por el cual yo me estuve desplazando durante el tiempo en que investigaba y escribía el texto, ese escenario, digo, me llamaba mucho más la atención que el tablero donde se dirimía el título de campeón del mundo. Y si esto ocurría conmigo, que no tenía a aquella ciudad y a aquellas hermosas mujeres porteñas rendidas a mis pies, ¿pues cómo un hombre como José Raúl Capablanca podía dejar de atender al entorno que vibraba tan cerca de él? Con esto quiero decir (y entiéndase como una especulación totalmente subjetiva) que si el escenario hubiera sido otro, es probable que el resultado del encuentro también hubiera sido otro.

Muchas novelas que tratan, aunque sea tangencialmente, de ajedrez, suelen despertar el recelo de aficionados expertos por intentar hacer pasar jugadas absurdamente ingenuas por movimientos geniales, para que todos los lectores puedan entenderlo. Usted en cambio creo que logra plasmar el pensamiento de los jugadores de la élite de una forma muy asumible para todos. Esto no es sencillo, y máxime para un novelista que se confiesa un aficionado “que solo sabe mover las piezas”. ¿Cómo lo ha conseguido?

Éste, por supuesto, fue el problema más difícil al que debí enfrentarme a la hora de pensar y escribir la novela. Si en la base de la trama central estaba el juego, yo tenía que reflejar de algún modo las partidas que el héroe central disputaba. Y fueron muchas. Treinta y cuatro partidas de ajedrez, que se dice pronto; pero que era necesario estudiar, valorar y categorizar.

Lo segundo fue escoger qué partidas reflejaría en la novela y hasta qué punto lo haría. No se trataba de citar, usando las claves de los expertos, todos los movimientos de cada partida. Tenía que entender cuáles eran los principales, los pasos que de por sí podían considerarse decisivos. No podía pasarme; pero tampoco no llegar. Pienso que, después de todo, me ayudó el hecho de que no soy un ajedrecista. Dicen que un ignorante es siempre más audaz que un conocedor de los peligros. Conmigo ocurrió algo de eso. Me puse en el papel del receptor de la novela, de un lector común, no especializado en ajedrez. Y una vez que hube escogido las partidas que podían definir el derrotero del match, las analicé todas, una a una. Estos análisis los realicé apoyándome en las opiniones de los expertos, como Edward Winter, Gari Kasparov, el propio Capablanca y otros muchos a quienes consulté. Y también, por cierto, de los cientos de conocedores del juego que expresan sus opiniones en los foros donde se discuten aún estas grandes partidas del ajedrez universal.

Pero todo ello debía, primeramente, entenderlo yo mismo. Luego, siempre desde la óptica de Capablanca, intenté comprender sus jugadas, es decir, por qué en cada ocasión movía una pieza específica y no otras. Una vez decidido lo que habría de reflejar, tenía que escribirlo en “cristiano”, de manera que no fuera rechazado por un lector “normal”. Y en esta parte del trabajo me ayudó, sin duda, el oficio de narrador de historias que he ido desarrollando durante todos estos años de carrera como escritor. No sé si el resultado será del todo satisfactorio; pero quienes hasta ahora han leído la novela no me han expresado quejas al respecto. Quizás éstas lleguen desde el gremio de los ajedrecistas, que sin duda tratarán de encontrar algún gazapo en el texto. Alguno habrá, seguro; aunque espero que no sean muchos.

Usted se ha referido alguna vez al ajedrez como un ejercicio muy similar a lo que nos encontramos en la vida cotidiana. ¿Me podría comentar esta idea?

Sí, claro. Ésta es una idea que proviene del mismo Capablanca, de sus reflexiones. En el ajedrez, igual que en la vida, hay que prepararse para vencer; hay que conocer el valor de las armas con las que contamos y las posibilidades de cada una de ellas. Hay que valorar las situaciones cambiantes de la vida (o del ajedrez) y tomar la decisión acertada. Llegarán más lejos quienes tengan aptitudes naturales para llegar; pero, sobre todo, quienes sepan prepararse para salir victoriosos de esa lucha, para reaccionar en los momentos y situaciones adversas. Por último, es necesario ser ambiciosos, trazarse metas altas. Incluso si no las alcanzas en su totalidad, habrás logrado siempre mejores resultados que alguien que se haya limitado a objetivos modestos y se sienta satisfecho con lograrlos al cien por cien. Ésas, a mi modo de ver, son algunas de las líneas maestras de ambas disciplinas (el ajedrez y la vida), que siguen casi siempre líneas paralelas.

Después de “Perdido en Buenos Aires”, y habiéndose adentrado en el tema del ajedrez, ¿le tienta la idea de escribir alguna otra obra donde aparezca de nuevo este juego, aunque sea a través de un cuento, género donde usted ha obtenido múltiples reconocimientos?

La verdad es que hasta ahora no lo había pensado. Ya he dicho en varias ocasiones que no soy un jugador experto. Me faltan cualidades que creo no llegaré a adquirir jamás. Mi cerebro trabaja por imágenes y no basándose en análisis, como se precisa para ser un buen jugador de ajedrez. Por eso no me he dedicado mucho a practicar el juego. Y por eso tenía recelos antes de acometer esta novela. Y como he dicho antes, hasta ahora no me he planteado volver a mezclar ajedrez y creación literaria. Aunque quién sabe si en el futuro me anime y escriba algún cuento con este mismo tema.

Dado que el premio ha sido muy reciente, ¿cuándo podrá adquirirse la obra y en qué editorial?

Sobre la fecha de publicación de la novela todavía no tengo noticias concretas. De todos modos, las encargadas de ver los detalles son Pilar Sánchez y María José Bonilla, de la agencia literaria Sánchez y Bonilla, que son quienes llevan el tema. Yo espero que el libro salga pronto. Y cuando eso ocurra, por supuesto que todos los implicados nos ocuparemos de que el mundo del ajedrez se entere. Me interesa mucho la opinión de los expertos y aficionados a este juego.

Nota de Juan Antonio Montero: Un escritor pone a prueba su calidad literaria en todo lo que hace, y aquí Álvarez Gil demuestra con creces esta calidad. También demuestra una compresión enormemente profunda del hito que fue en la historia del ajedrez el duelo Capablanca-Alekhine de 1927.

Quizá el personaje más simpático de esta historia sea Capablanca, pero es posible que para el ajedrez fuera mejor que venciera Alekhine: con él se puede decir que comienza el auténtico profesionalismo en el ajedrez; aparece el jugador que se prepara metódica y concienzudamente para jugar contra su rival y que enfoca el ajedrez como un auténtico deporte.

En Buenos Aires se enfrentaron un genio contra un ajedrecista de enorme talento que trabajó duro para vencer. Álvarez Gil habla con mucha sabiduría y vitalidad de estos dos personajes tan distintos y de estos dos enfoques también tan distintos de lo que fue afrontar un duelo por el título mundial. También de un Buenos Aires fascinante que puede que tuviera mucho que ver con el desenlace del torneo.

No hace mucho, el director de una importante revista de cine me comentó que los ajedrecistas teníamos un guión extraordinario con Capablanca y Alekhine y que le resultaba extraño que nadie intentara hacer algo sobre ello: realmente, creo que desde el ajedrez esos “filones” no se explotan, y son muy abundantes. Es una suerte que haya ocasionalmente “abordajes” e “incursiones” de intelectuales y artistas “no ajedrecistas”, como en este caso ha hecho Antonio Álvarez Gil con esta novela que estamos deseando que esté muy pronto en las librerías.

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[Tomado de Club de Ajedrez Lin Ex - Extremadura] Gracias.
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...y apareció en las librerías (¡¿en cuales?!), pero no con la amplia difusión que merecía la calidad de la obra. Por ejemplo, en una "ciudad librera" como Barcelona fue practicamente imposible de encontrar.
Esperemos que se vuelva a reeditar algún día a lo grande.
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí.
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lunes, 22 de agosto de 2011

Libros cubanos...





Querid@s lectores/as y amantes de la Cultura cubana:

Estoy en periodo de "tregua vacacional librera"...

No tardaré mucho en salir de viaje... un día de estos; ya tengo las maletas preparadas para volver cargado de libros...

Seguiré informando...
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí
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miércoles, 17 de agosto de 2011

La mujer del coronel






Estoy (des)esperando este libro desde -que se anunció en Internet- hace demasiado tiempo. ¡¿A que están jugando las editoriales?! No me explico por qué aún no ha aparecido en las librerías de España...

LA MUJER DEL CORONEL
Carlos Alberto Montaner

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domingo, 14 de agosto de 2011

EL INSTANTE



Mientras me quedo con las ganas de conseguir este libro (...a no ser que la editorial se decida a distribuirlo en España), atiendan los afortunados que puedan asistir a su presentación en Miami.
José Abreu es un muy buen escritor.


Editorial Silueta cordialmente invita a la presentación del libro "El instante", del escritor José Abreu Felippe

Jueves, 18 de agosto de 2011
7:30pm

Presentación a cargo de Luis de la Paz
y Rodolfo Martínez Sotomayor

Havanafama Teatro Estudio
752 SW 10th Avenue
Miami, FL 33131
(305) 796-4589 - Entrada gratis

EL INSTANTE
José Abreu Felippe

Editoril Silueta
ISBN: 978-0-9845435-8-8

El instante es un recorrido por la memoria de una familia y una obsesión por fijarla, hacerla perdurable. Una mueca contra el olvido. También es el retrato de una casa, un árbol, una calle y, sobre todo, una historia de amor, de un primer amor. Octavio, su protagonista, sobreviviente de mínimas y grandes catástrofes, ahora se prepara para vivir, con toda la intensidad que le sea posible, su juventud; pero estamos en 1971 y comienza una década difícil que culminará con el asilo masivo de miles de cubanos en la embajada de Perú y el éxodo del Mariel.

El instante narra esos nueve años de la vida de Octavio, que van de 1971 a 1980. La Habana todavía era una ciudad que se podía caminar y las tardes desembocaban todas en el malecón.
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Con "El instante" José Abreu Felippe concluye la publicación de su pentalogía "El olvido y la calma": "Barrio Azul" (2008), "Sabanalamar" (2002), "Siempre la lluvia" (1994), finalista del concurso Letras de Oro 1993, "El instante" (2011) y "Dile adiós a la Virgen" (2003).
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Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí
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viernes, 12 de agosto de 2011

LA NACIÓN SOÑADA...



Querid@s lectores/as y estudios@s de la Historia de Cuba:

Hoy no he salido a mi habitual recorrido a la 'busca y captura' de libros cubanos, me he dedicado a rebuscar entre las abarrotadas estanterías de mi biblioteca cubana un libro -siempre tengo algunos en reserva- que me apeteciera leer en estos momentos, y he acudido a uno que dejé apartado para una ocasión así -de calma y tiempo libre- ya que este ejemplar tiene un volumen considerable (¡¡980 páginas!!) y, dada su densa materia, requería toda mi atención.
Probablemente este sea (...si no aparece otro por sorpresa) el último libro que lea antes de partir de vacaciones... a La Habana, ¡¡de donde volveré cargado de libros!!
Por el momento, préstenle a este la atención que merece. Aquí les dejo la referencia, ya saben... ¡¡pasen y lean!!

LA NACIÓN SOÑADA:
CUBA, PUERTO RICO Y FILIPINAS
ANTE EL 98

Actas del Congreso Internacional
celebrado en Aranjuez del 24 al 28 de abril de 19995

Varios autores.
Consuelo Naranjo, Miguel A. Puig-Samper
y Luis Miguel García Mora (editores)

Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Ediciones Doce Calles S.L.
Aranjuz, Madrid. 1996
ISBN: 84-87111-87-4
980 páginas
[Incluida amplia bibliografía]

-Extracto del índice-
(Materias de mi interés sobre Cuba)

-El sueño de Cuba en José Martí.
Antonio Elorza

-DEl 68 al 98. Oligarquía habanera y conciencia independentista.
Anamaría Calavera Vayá

-Construyendo la nación: proyectos e ideologías en Cuba, 1899-1909
Miriam Fernández Sosa

-1898. Cuba y el problema de la "transición pactada".
Prolegómenos a una historia de la cultura política en Cuba
(1880-1920)
Michael Zeuske

-En busqueda de lo nacional: migraciones y racismo en Cuba
(1880-1910).
Consuelo Naranjo Orovio

-Negros y electores: desigualdad y políticas raciales en Cuba,
1900-1930.
Alejandro de la Fuente

-Caña de azúcar y producción de azúcar en Cuba.
Crecimiento y organización de la industria azucarera cubana
desde mediados del siglo XIX hasta la finalización de
la Primera Guerra Mundial.
Antonio Santamaría García

-El empresario español en la indistria no azucarera insular
(1880-1920).
María Antonia Marqués Dolz

-Los comerciantes banqueros en el sistema bancario cubano
(1880-1910).
José Ramón García López

-Las formas del crédito bancario.
Tránsito y ruptura en la cuba entresiglos.
Enrique Collado Pérez

-1895-1898. La guerra económica y su efecto en el tabaco.
Doria C. González Fernández

-La financiación de la Guerra de Cuba
y sus consecuencias sobre la economía española.
La deuda pública.
Jordi Maluquer de Motes Bernet

-Grupos económicos y política colonial.
La determinación de las relaciones hispano-cubanas
después del Zanjón.
José Antonio Piqueras Arenas

-La atonomía cubana en el discurso colonial de la prensa
de la Restauración, 1878-1895.
Luis Miguel García Mora

-El movimiento obrero y la política colonial española
en la Cuba de finales del XIX.
Joan Casanovas Codina

-Cuba entre Romero Robledo y Maura (1891-1894).
Inés Roldán de Montaud

-1898: el final de un estado a ambos lados del Atántico.
José Gregorio Cayuela Fernández

-La proyección de la filosofía
en la construcción nacional cubana.
Teresa Muñoz Gutiérrez

-La ciencia en Cuba a finales del siglo XIX.
Rolando García Blanco

-La escuela primaria cubana en el periodo de "ocupación".
Carmen Almodóvar Muñoz

-Ciencia y racismo en la enseñanza de la biología en Cuba.
Armando García González

-Un acercamiento a la prostitución cubana de fines del siglo XIX.
Alberto José Gullón Abao

-La presencia española en Cuba después de 1898.
Su reflejo en el Diario de la Marina.
Áurea Matilde Fernández Muñíz

-Los otros españoles que fueron a Cuba:
el drama de los repatriados.
Rafael Núñez Florencio

-Los deportados de la guerra. Cuba 1895-1898
María del Carmen Barcia

-Los españoles en Cuba y su participación
en la Guerra de la Independencia.
Mª Dolores Domigo Acebrón

-En torno a los alzamientos de febrero de 1895
en el occidente de Cuba.
Manuel de Paz Sánchez

-Cuba: los inicios de una guerra gráfica.
Carlos Serrano

-España y Europa durante la crisis cubana
(1896-1897).
Cristóbal Robles Muñoz

-La Guerra de Cuba, las alianzas de España
y el equilibrio mediterráneo.
Fernando García Sanz

-El fin de la época europea en América:
Cuba 1878-1898.
Josef Opatrný

-La nación soñada: España o los Estados Unidos
en el contexto de la guerra del 98.
Mª Teresa Cortés Zavala y José Alfredo Uribe Salas
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¡Uf! Nada más a la vista del índice comprenderán por que les decía que "necesitaba tiempo y calma" para leer este libro. Pero, creanme, una vez metido em materia ¡¡lo estoy disfrutando""
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Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí
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jueves, 11 de agosto de 2011

JUEGO DE DAMAS



Querid@s lectores/as y amantes de la poesía:

Ya ven que durante esta "tregua editorial veraniega" (a la espera de novedades), me ha dado por recrearme en la buena poesía cubana ¡¡tan dificil de encontrar en las librerías españolas!!
De un mano amiga me ha llegado este precioso librito que pasa a ser una de las más preciadas joyas de mi biblioteca.
Aquí lo tienen... ¡¡pasen y lean!!

JUEGO DE DAMAS
Belkis Cuza Malé

Termino Editorial
Colección: Los libros de las cuatro estaciones.
Pimera edición, 2002
57 páginas

-Detalle de la contaportada-

"Juego de Damas" es la realización de un viejo sueño. Ha sido hecho con la preocupación de demostrar que no existe la poesía "femenina", sino la poesía (tal vez me equivoque, pero creo que no). Las mujeres que durante una buena cantidad de años se han dedicado a la poesía -salvo las excepciones de siempre: Santa Teresa, Sor Juana, Gabriela Mistral- han visto en la poesía la oportunidad de descargar su neurosi doméstica. Por eso, hablar de poesía femenina es hablar de maripositas, cacerolas, hijos, Dios, el amor que te profeso, las ojas del otoño, etc. etc. Y digo que esta poesía no existe, no tiene razón de existir. Ser mujer y poeta no signfica necesariamente hacer poesía feminoide. Creo que el problema es realmente de calidad y no de sexo. Ahora bien, como nuestras poetisas (y estoy pensando en el caso de América Latina) se han empeado a toda costa en ser femeninas, en el peor sentido, yo me he propuesto hacer con este libro un pastiche de esa poesía; he tratado los mismos temas, pero oponiendo a esto una violencia que humanice el desgarrado mundo de nuestras mujeres.
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Belkis Cuza Malé (entrevista, 'La Gaceta de Cuba', nº 62, diciembre 1967 - enero 1968)
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José Martí
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miércoles, 10 de agosto de 2011

El instante raro




Querid@s lectores/as:

Hoy quise dedicar -en esta estapa pre-vacacional- un espacio a la poesía... y no ha sido fácil en mi itinerario librero. Es desesperante intentar encontrar algún libro de 'poesía cubana', por muy celebre que sea su autor... ¡a no ser que este haya sido premiado recientemente!.
Por suerte ese ha sido el caso de nuestra Fina García Marruz, a la que hoy rendimos homenaje desde estas páginas en conmemoración a su reciente Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Ya saben... ¡¡pasen y lean!!


EL INSTANTE RARO
-Antología poética-
Autor: Fina García Marruz
Edición: Milena Rodríguez

Editorial Pre Textos
Año: 2010
ISBN: 978-84-92913-48-0
Nº de edición: 1ª
Encuadernación: Rústica
Formato: 22x14 cm
Páginas: 464
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O quiero ver la tarde conocida,
el parque aquel que vimos tantas veces.
Yo quiero oír la música ya oída
en la sala nocturna que me mece

el tiempo más veraz. Oh qué futuro
en ti brilla más fiel y esplendoroso,
qué posibilidades en tu hojoso
jardín caído, infancia, falso muro.

¡Sustancia venidera de la oscura
tarde que fue! ¡Oh instante, astro velado!
Te quiero, ayer, mas sin nostalgia impura,

no por amor al polvo de mi vida,
sino porque tan sólo tú, pasado,
me entrarás en la luz desconocida.
“Yo quiero ver..."

FINA GARCÍA MARRUZ



Fina García Marruz (La Habana, 1923) es una de las voces cimeras de la poesía cubana del siglo XX. Miembro del mítico grupo Orígenes, encabezado por Lezama Lima, García Marruz es autora, entre otros, de los poemarios Las miradas perdidas (1951), Visitaciones (1970) y Habana del Centro (1997). Sobre el segundo escribía el también origenista Eliseo Diego: “En este libro [...] se encuentran algunos de los poemas de más apasionada belleza que se hayan compuesto en lengua española desde que asomó el mil novecientos”. Es también una excelente ensayista y una de las máximas conocedoras de la obra de José Martí.
Parte de su pensamiento poético y de su crítica literaria han sido recogidos en tres volúmenes: Hablar de la poesía, Ensayos y Temas martianos (publicado junto a Cintio Vitier).
Escritora casi secreta, su obra sólo ha comenzado a divulgarse fuera de Cuba en los últimos años. Fina García Marruz ha sido nominada a los Premios Cervantes y Juan Rulfo y en 2007 recibió en Chile el Premio Pablo Neruda de Poesía Hispanoamericana.
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí
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martes, 9 de agosto de 2011

Taller literario de Abilio Estévez




Visto en 'Facebook' el anuncio de este SENSACIONAL, FABULOSO Taller literario a cargo de Abilio Estévez, me complace compartirlo con uds.

¡¡Pasen y participen!!


Inicio del taller:

Martes 6 de septiembre de 2011.
Duración: -8 horas, divididas en sesiones semanales de 2 horas.
Horarios: - Los martes 6, 13, 20 y 27 de septiembre, de 18:00 a 20:00 hrs.

Dirección: -Vila i Vilá, número 76, bajos (en la Biblioteca privada de la Asociación). Poble Sec, Barcelona.
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Programa del taller de LA EXPERIENCIA DE ESCRIBIR.
Taller literario de Abilio Estévez.


LA EXPERIENCIA DE NARRAR


■Introducción. Escribir como acción indispensable.

■¿Para qué escribimos?

■¿Qué no debemos hacer cuando escribimos?

■¿Qué debemos hacer cuando escribimos?

■ El arte de la ficción. La narración. En qué consiste narrar. Diferencias entre novela y cuento.

1.¿De dónde salen las historias que cuenta el narrador? Una idea y su desarrollo. Temas y argumentos.

2.Estructura narrativa. Estructuras posibles. Estructura e historia. Estructura y significado.

3.El espacio.

4.El tiempo. Tiempo histórico, tiempo real, tiempo de la ficción.

5.Los personajes. La relación entre los personajes. El conflicto.

6.El narrador. Punto de vista. Variaciones del punto de vista.

7.Realidad e irrealidad. Nivel de realidad. La verdad.

8.Técnicas del narrador. Procedimientos narrativos.

9.El poder de seducción.

10. El estilo.

11.Trabajos para estimular la creatividad.

12. Desarrollar habilidades narrativas. La lectura inteligente.

13. Análisis de cuentos de Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Virgilio Piñera, Julio Ramón Ribeyro, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges.

14. Exploración del propio mundo. Indagación en la propia vida.

15. Ejercicios propios.
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí
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Recordando a 'Lichi' ¡¡Por Siempre!!




[Procedente de Letras Libres]
Noviembre de 2003

LA NOVELA DE MI PADRE
por Eliseo Alberto


Eliseo Alberto, narrador cubano residente en México, autor del libro sobre su vida en Cuba Informe contra mí mismo y de la novela Caracol Beach (primer Premio Alfaguara), es hijo de Eliseo Diego, poeta de Orígenes y una voz central de la poesía en lengua española del siglo XX. Este texto forma parte del libro que Lichi prepara sobre su padre.
Miradme, observad a Eliseo Diego, atento al oído, la mirada atenta, en vela por un niño de seis años. Yo soy el que habla, ya lo he dicho, el que escribe, el que es escrito.

— Eliseo Diego, En las oscuras manos del olvido.
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Las cuatro últimas palabras que papá me dijo nunca se las había escuchado en cuarenta y dos años: "Vete al carajo, hijo." La orden me hizo gracia y colgué el teléfono. "Vaya, caray, qué maneras", le comenté a Diego García Elío —que ese martes de marzo había ido hasta mi palomar de la calle América, colonia Los Reyes Coyoacán, ansioso por confesarme que tenía la frágil impresión de ser feliz: se pensaba enamorado. Corría brisa aquella tarde. Bebíamos J&B a las rocas. Entre los de mi familia, e incluyo a los amigos, resulta práctica habitual intercambiar a quemarropa insultos cariñosos, algo que a extraños suele sorprender por la espontaneidad de los improperios; gracias a ese sistemático ejercicio del ingenio hemos logrado algunos magistrales. Sin embargo, el tono de la frase me congeló la frente y me puso a sudar. Yo no lo sabía, papá sí: se estaba muriendo. Mi hermana Fefé volvió a llamar por teléfono. "Se ahoga", dijo. Hablaba llorando. "¡Los pingüinos!", exclamé al colgar: "¡Los pingüinos!" Los hielos se derritieron en el whisky. Diego condujo su coche a toda velocidad por la calzada Miguel Ángel de Quevedo y era tanto el tráfico en la Avenida Universidad que, para invadir el carril de Gabriel Mancera, no dudó en cortar camino a contracorriente. Mientras él llevaba el timón y movía la palanca de cambio, yo apretaba el claxon con el pulgar izquierdo. Volábamos. Cuando me senté junto a papá, en su cama, una gota de sangre le colgaba del labio inferior. Una gota fresca, también mía. El poeta llevaba camisa blanca, mal abotonada, y pantalón negro, de diario. Murió despeinado. Un calcetín en el pie izquierdo. Le acomodé las manos sobre el pecho, acorde a las convenciones funerarias, y me pregunté si yo sería capaz de perdonarle esa extraña despedida: "Vete al carajo, hijo." Terminaba aquel martes primero de marzo de 1994, una fecha hasta entonces vacía. Y por el televisor del cuarto (sin audio, sin música de fondo, sin esperanza alguna) Charles Boyer, un agente confidencial e impávido, el mismísimo Charles Boyer, se abotonaba su gabardina y se perdía de vista por una callejuela tan silenciosa como oscura.

"Creo que murió, no me atrevo a entrar en su cuarto", nos había dicho Fefé a Diego García Elío y a mí al llegar a la puerta del edificio de la calle Amores donde, desde hacía unos tres meses, papá rentaba un departamento interior, pintado de azul, segundo piso. La casa olía a lentejas. Mi hermano Rapi estaba asustado. Me inquietó el tic de sus párpados: se había encogido. Tenía de pronto doce años. Mamá fumaba en la sala. "¿Sabes qué pasó, Lichi?", dijo en una bocanada de humo: "Tu padre pidió que lo despertaran cuando comenzara la película del Canal 11, pero era un viejo suspenso de Charles Boyer que habíamos visto hace años en un cinecito de La Habana y lo dejé dormir un rato." Siempre he tenido la impresión de que entre mamá y papá no quedó nada pendiente, nada de nada, ni siquiera una mísera mentira por revelar: luego de cuarenta y cinco años de matrimonio debieron haber acumulado más de un agravio, alguna que otra causal de roña o de celo o de cansancio, señales de desencanto, pero contra viento y marea lograron resolver dichos pendientes en la privacidad de una relación basada en la confianza. Ese pacto de perdones recíprocos fue tomado de común acuerdo; en consecuencia, tales secretos o reclamos terminaron guardados en los sótanos de sus recuerdos, donde ellos decidieron soterrarlos bajo cuatro varas de silencio, a cuenta y riego. El departamento daba vueltas en redondo.
La memoria también. Era la tercera vez que Eliseo Diego se moría. La primera fue en el año 1975, la noche que un infarto masivo le paró en seco el corazón. Después del café con leche de la cena, papá y mamá habían visto en el televisor una de sus películas favoritas: Key Largo, con Humphrey Bogart, Lauren Bacall y Edward G. Robinson. En La Habana chiflaban ráfagas huracanadas; el viento sacudía la fronda de los árboles, igual que en el trepidante filme de John Huston. Mal presagio. Rapi lo llevó de urgencia al Hospital Manuel Fajardo, cercano a casa, y Fefé se quedó cuidando a mamá. Yo no estaba localizable. Rosario Suárez, Charín, bailaba en el Teatro García Lorca, y me gustaba aplaudirle cada función. Dice Rapi que el médico de turno reconoció al poeta y por ello se atrevió a formularle una pregunta inesperada: "Don Diego, dígame, ¿acaso tiene la sensación de estar muriendo?" Luego explicaría que ése es un síntoma inequívoco, una pista, pues la muerte ronda: por eso los perros ladran con el rabo entre las patas y las yeguas recién paridas relinchan en las caballerizas y los cuervos levantan vuelo al sentir su espantapájara y movediza presencia. "Dígame, don Diego, ¿sí o no?" Papá asintió al mejor estilo del mejor Bogart. Lo acostaron en una camilla metálica del Cuerpo de Guardia, en lo que los especialistas leían los mensajes cifrados del electrocardiograma y acordaban en equipo los pasos que debían dar en esa vertiginosa carrera contrarreloj. Papá tomó a Rapi de la mano y dictó en vida, casi sin aliento, lo que entonces parecía el único mandato que nos dejaría en herencia a sus tres hijos: "Quieran mucho a su madre, quieran mucho a su país." Un coletazo de dolor lo retorció en un arco. Ojos vacíos.

Después de su sorprendente resurrección, papá contaba que la última imagen que tuvo de este mundo fue la de una enfermera obesa que avanzaba hacia él con decisión y total conocimiento de causa, "una de esas mulatas saludables y magníficas que cuando se detienen siguen moviendo la mantequera hasta que el abdomen se posa por gravedad", decía al recordar a su salvadora. La enfermera comenzó a golpearle los muros del pecho, lateral izquierdo, hasta hacerlo regresar a las malas ya que por las buenas podía considerársele un caso perdido: "No se puede morir", decretó. Tres noches más tarde me quedé con él en la Sala de Terapia Intensiva. Había pasado el susto pero el viejo seguía hundido en un profundo ostracismo, acaso más peligroso que las cicatrices que comenzaban a sellar las heridas. "Tantos años pensando con qué frase me iba a ir a bolina... y ésa se antojaba perfecta, pues testamenta lo más valioso que poseo, quieran mucho a su madre, quieran mucho a su país... Tu verás, hijo, que cuando me retire definitivamente al otro lado, diré alguna tontería sobre la impermeable belleza de los pingüinos."
¡Los pingüinos, eso era, los pingüinos!

La otra vez que debió morir hacía frío. Ocurrió una noche cerrada de diciembre. Recuerdo que era diciembre y noche cerrada porque supe de este infarto en la piscina del Hotel Nacional, donde se ofrecía una recepción a los participantes y organizadores del Festival Internacional de Cine de La Habana. "¿Nunca te ha picado una abeja muerta?", me dijo papá cuando llegué al hospital. Era una pregunta que Humphrey Bogart no supo contestar en la película Tener o no tener. La respuesta es "cuando la pisas descalzo, te clava el aguijón". Esta segunda sacudida tuvo consecuencias graves, y no por lo que nos recomendaron los cardiólogos sobre la necesidad de que el paciente dejara de fumar las dos cajetillas de cigarros que aspiraba en quince horas o la indicación de que hiciera ejercicios físicos (algo menos fatigoso de lo que pudiera pensarse porque era un notable caminante); el proceso posoperatorio se complicó, y vaya si se complicó, cuando nos dimos cuenta que papá estaba pasando de la crisis corporal, física, a una crisis de espíritu, y ninguno de nosotros sabía cómo impedir ese tránsito, esa caída al abismo de la indiferencia. "Tu mal, Eliseo, produce dolores brutales, casi óseos, irresistibles", le dijo un siquiatra de experiencia: "Se llama melancolía, pero yo sé aliviarlo", añadió con autoridad y le recetó un coctel de medicamentos fulminantes. Papá estaba desvalido. Consumía horas y horas tumbado en la cama, sin leer siquiera, la vista clavada en la cal del techo, y apenas se animaba unos minutos cuando venían a verlo sus amigos Cintio Vitier, Fina García Marruz o los siempre leales Agustín Pi y Octavio Smith. Muchos jóvenes escritores de los ochentas lo recuerdan así, debilitado de ánimo por la enfermedad de su alma. Lo visitaban a menudo, y el poeta reaccionaba con gratitud a esos tratamientos del cariño y la admiración, pero volvía a su mutismo cuando se veía de nuevo solo. Escondía botellas de ron barato en el escaparate y las iba consumiendo en sorbos sedientos, la puerta del espejo entreabierta, como un ladronzuelo o un muchacho. La candelilla de los cigarros le quemaba las guayaberas, antes manchadas por las babas del café. Desde cualquier punto de la casa podíamos escuchar sus explosiones de lamento: el nombre de Dios, prisionero entre las redes de la queja, pegaba contra las paredes. Ay, ay, ay. El grito iba dejando un rastro de silencio. Mamá tragaba suspiros en la cocina. Ya, poeta, no pasa nada. Papá no quería que le cortaran las uñas de los pies ni de las manos. Andaba derrumbado. Parecía un loco bajo un puente. Fue por esos días que lo vi desnudo de cuerpo entero. Siempre había sido recatado. Jamás se sentaba a la mesa sin camisa. Dormía en piyamas. Pero ese día salió encuerado. Me asustaron sus piernas flacas, los huesos de la cadera, el costillar de caballo, su sexo —mi pudoroso hacedor. Lo cubrí con lo que pude. Temblaba mi niño anciano. Yo creía que sólo era feliz cuando dormía su siesta, pero ahora que lo pienso quién sabe con qué soñaba.

Los extremos se tocan, reza un proverbio. Desde el punto máximo de la depresión, papá podía darle vuelta a la moneda y actuar de repente de una manera eufórica, divertida, sólo para regresar al estado anterior, sin causa o motivo comprobable. Quizás la mezcla de los fármacos y el alcohol tuviera que ver en este comportamiento vacilante, impredecible. "Me gustaría desaparecer del mapa", decía frecuentemente: "de una vez y por todas". Una madrugada de desvelos lo encontré deambulando por el pasillo de la casa como un centinela que recorre los muros de una fortaleza. "¡Puf, puf, puf!", repetía por lo bajo. Le pregunté qué hacía, y me reveló que esa exclamación era el conjuro preciso: bastaba con encontrar el acento ideal, la pronunciación exacta, para conseguir el prodigio de borrarse en un acto de magia. Repetí a dúo cuatro o cinco posibles ¡puf! de muy distintos calibres, y experimenté esa fascinación que deben padecer los que juegan a la ruleta rusa al adivinar en cuál recámara de la pistola está la Pelona encasquillada. Papá se echó en su cama. Bajo la sábana, seguía bramando la palabrita. No era hombre de tenerle miedo al sustantivo muerte, incluso me atrevo a afirmar que sentía cierta curiosidad en saber qué diablos había más allá, pero el verbo morir le producía desasosiego. Dios le cumplió el deseo, atendió su ruego de no sufrir demasiado en la hora final, y "se elevó como un justo", sentencia religiosa y popular que a los cubanos nos causa una pacífica tranquilidad. ¡Puf! Una gota de sangre colgaba de su labio inferior. Una gota de sangre. Una gota.
Una.

La gota no había cuajado cuando llegó el amable doctor Haroldo Díez, médico personal y devoto lector de su poesía, quien sin atreverse a mirarlo cara a cara, bañado en lágrimas de plata mexicana, dictaminó la causa del fallecimiento: paro respiratorio. El pulso de Haroldo estaba tan alterado que garabateó el acta de defunción. Enseguida la noticia circuló de telefonazo en telefonazo, murió Eliseo, murió Eliseo, y el departamento de la calle Amores se fue llenando de amor, se repletó de amigos: María Luisa Elío, Carlos Pellicer López, Andrés Gómez, Jorge Denti, Javier García Galiano, Merodio, Miguel Cossío (padre e hijo), Juan Pin, María Luisa Vázquez, Marta Eugenia Rodríguez. Ninguno podía explicarse cómo el poeta nos había dejado así, sin despedirse. Sin un chiste de gallegos. Sin un brindis. Sin sombrerazo.

Miguel Cossío Woodward, por entonces ministro consejero de la Embajada de Cuba en México, se hizo cargo de los engorrosos trámites del velatorio; el embajador José Fernández de Cossío le otorgó poder absoluto para que nos ayudara sin reparar en gastos: había muerto un rey de la cultura cubana y como tal debía asumirse la tarea, como las honras de un monarca. Gracias. Recuerdo a Miguel en la funeraria Gayosso de la calle Félix Cuevas. Le exigía al vendedor de la agencia que nos mostrara el féretro más vistoso, el más elegante (le gustaba uno que tenía en cada esquina un corcel de oro), y tan emocionado estaba que no oía los consejos del experto, que nos mostraba un ataúd modesto pero idóneo para trasportar el cadáver hasta La Habana. Yo lo vestí. Mamá había elegido el traje de gala, azul oscuro, la camisa nueva, de puños acartonados, sus zapatos preferidos, cómodos. Me puse su reloj en mi muñeca y le sembré entre las manos una cartita que mi hija María José le había escrito en una hoja de libreta para informarle de puño y letra, a sus nueve años de candor, que jamás de los jamases lo olvidaría: "No tardes, abuelo." Luego le alisé el cabello y la barba con su peinecito de bolsillo. Siempre llevaba uno encima. Seguí de cerca el proceso de maquillaje, apenas unos retoques de colorete, unos brochazos de polvo facial, unas puntadas en los labios. Visto desde el acrílico del ataúd, parecía un almirante. Un personaje de Joseph Conrad. Eso dije por consuelo. Mamá me contradijo: "No, tiene cara de samurái: ¡Sanjuro, El Bravo!", sentenció y le puso un beso en el vidrio. Sonreí. Rapi y Fefé también sonrieron: cuando papá se anudaba la corbata ante el espejo del escaparate, fruncía el ceño en gesto grave hasta lograr una expresión graciosa, aterradora. "Soy idéntico a Toshiro Mifune", murmuraba entre dientes, alzando la ceja derecha. ¡Ay!, mamá. No perdió la calma. Bella Esther nos ha enseñado que la muerte no es más que una forma distinta de estar vivos. Sabe conversar con los fantasmas de sus padres, sus hermanos difuntos, sus amigos ausentes, sus condiscípulas de antaño. La oigo cantarles boleros de Agustín Lara, la oigo parlotear, la oigo regañándolos. No habla sola. No canta sola. La atienden. A veces la veo acariciar un montículo de aire: mima la mano de alguno de ellos, deteniéndose en sus venas, sus callos, sus nudillos. ¡Cómo va a temer a la soledad si no la conoce! Ahí están los suyos, apenas adelantados. En apariencia invisibles. ¡Ay!, mamá nunca se queja —o cuando lo hace, ríe, para restarle importancia al puchero. "Tiene cara de samurái, fíjense: es idéntico a Toshiro", dijo y alzó la ceja a lo Mifune.

—Buen viaje, poeta —susurró Diego García Elío y dio unos golpecitos en la caja, como quien palmea un hombro.

El vuelo de Cubana hizo escala de una hora en el aeropuerto internacional de Veracruz. Allí subieron los músicos y bailarinas de la isla que habían animado los carnavales del puerto. Entraron en cabina tarareando un pajarero guaguancó: "Han brotado otra vez los rosales, en el muro del viejo jardín..." Cuando supieron que en la bodega de la nave iba el cadáver del poeta Eliseo Diego, el jefe de la delegación se acercó a mi madre y le pidió disculpas por la escandalera. Ella le dijo que no se preocupara, que cantaban bien chulo, que su madre Josefina y sus hermanos Felipe y Sergio y su tía Lola y su cuñado Cintio y sus sobrinos Cuchi, Sergio y José María también eran músicos o cantantes ("mira, cuando mi madre perdió su primer hijo, la oyeron tocar el piano toda la noche"), pero los artistas decidieron guardar respeto durante el resto del vuelo. Las bellísimas mulatas mantenían "la compostura", derechitas, inmutables como monjas de alguna cabaretera congregación. Ya en casa, mamá se ocupó de explicarle lo sucedido a su nieto Ismael de Diego y de los Ríos. "Antes, querido Ismael, sabíamos que el poeta podía estar en el estudio o si no en su cuarto o en la cocina... Quizás se había ido a darle la vuelta a la manzana, pero regresaría. Ahora no, ahora es mejor, más lindo, porque abuelo Eliseo estará siempre en todas partes."

Un sacerdote amigo me dijo en la funeraria de Calzada y K, en el Vedado, que poco antes de viajar a México papá había ido a verlo, "y no revelo secreto de confesión si te digo que era la confesión de un niño". A medianoche se fue la luz en la zona y alguien encendió unas velas en la capilla. Recuerdo el reflejo de las llamas en el metálico ataúd: son duendes, pensé. Jaime Ortega, obispo de La Habana en 1994, hoy cardenal, ofreció una misa de cuerpo presente en la iglesia del Cementerio de Colón. El novelista Abel Prieto, entonces Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, despidió el duelo, subido sobre la loza de mármol. El viento le arrancaba las palabras de la mano y de la boca. De regreso a casa, mamá coló café. La taza de papá desesperaba por él en su escritorio.

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[Tomado de Letras Libres]
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí
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